jueves, 13 de marzo de 2008

La muerte real

A ver, ¿qué quiero decir realmente?
Desde ayer a la mañana estamos todos atisbando la magnitud de la muerte de uno que merece los mejores adjetivos: grande, genio, único, multifacético, talentoso, y etcétera abultado...
Murió Jorge Guinzburg. Y todos tenemos algo para decir, no? La peregrinación por el muro mediático de los lamentos es variada y coincidente: "qué dolor, qué pérdida, qué vacío".
Y es cierto, si bien algunos sufren con corrección política, en general la tristeza es genuina. Pero la esencia del asunto -o lo que yo quiero decir porque para eso tengo mi blog- es que a mayor importancia de quien se fue y otros eufemismos afines a la muerte... mayor es la conciencia de la ídem.
¿Qué?
Que cuanto más me importa el muerto/a, más grande es la noción de que la muerte está ahí, existe, LLEGA... Si se muere alguien que me importa, YO, que soy quien más me importo en el mundo, TAMBIEN voy a morirme.
Por eso no puedo aceptarlo, no lo puedo creer, NO PUEDE suceder. ¿Cómo alguien que afecta mis emociones, me conmueve, me alegra, me entristece, me hacer sentir viva, se va a morir?
Ergo, cuando muere alguien tan querido, nos lloramos a nosotros mismos por adelantado...
Nos lloramos a cuenta de lo que, en "ese" momento, no podremos llorarnos. Y también, por las dudas, por quienes, tal vez, no van a llorarnos...
Mmm... qué patético.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Como dijo el escritor y dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela:"La costumbre más arraigada entre los vivos es morirse"