jueves, 13 de marzo de 2008

Aclarando

Y no para que oscurezca, sino para que se entienda que tampoco es cuestión de andar pecando de aquello que critico: la sentencia.
Y menos aun para cargar tintas en ánimos que tienen todo el derecho del mundo de desahogar penas como más les plazca. Que cada uno llora como puede y ríe como le gusta.
Lo patético, opino, no es llorar ante cámaras, públicos o desolados espejos solitarios, sino perdernos la oportunidad de ver un poco más allá del espectáculo del llanto.
Y más allá es, paradójicamente, más acá. Acá adentro, en el fondo de mí misma, que a veces parece la galaxia más lejana.
¿Qué me duele?
La futura falta de la risa, la temida ausencia del talento, la certeza del hueco de la mediocridad acechando, ¿quién echará chispas al fuego sacro de mi inteligencia?
Hay tan poco por lo que reir, parece, que retorcemos lágrimas de acá y de allá para regar la despedida de quien vivió para regalarnos alegría con generosidad inmensa.
Eso, aprendamos, carajo!
Seamos generosos, seamos felices. Riamos, porque somos capaces de darnos aquello que más valoramos. Que Guinzburg vivió haciendo siempre lo que quiso, que trabajó sin descanso para divertirse, que se mató de risa, el loco...
¿Y por qué no tratar de hacer lo mismo?
Si no tuviéramos la capacidad de la risa, de la diversión, de la felicidad, nada de lo que hizo Guinzburg nos hubiera tocado, ¿no es mejor homenaje cultivar ese -este-jardín?

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